Está bien documentado, en efecto, que desde hace más de 500 años se viene bebiendo agua de mar a causa de su gran poder laxante y purgante. Y jamás ha dejado de usarse para obtener de ella estos efectos. Por consiguiente, bebible y bebida lo ha sido siempre.

Tenemos por tanto una primera constatación de que el agua de mar no es de por sí un veneno para nuestro cuerpo, sino por el contrario una medicina natural. Bastaría partir de este dato para detenernos a pensar cómo podría un náufrago aprovecharse de esta “medicina” para que no le perjudicase por consumirla en exceso.

Nuestros perros, cuando les damos la oportunidad, la aprovechan para purgarse: y nunca se pasan.

Y eso es precisamente lo que hizo la Fundación Aqua Maris: estudiar la forma en que la ingesta de agua de mar bebiendo pequeñas cantidades, que son las únicas que se contemplan, no desencadena resultados perjudiciales para el náufrago. El primero de ellos, la deshidratación por diarreas. Se descarta por tanto el colapso osmótico que se puede producir con las grandes cantidades que ingiere el que ya no aguanta más la sed.